Sucede con frecuencia que procedemos al lavado de nuestras cortinas, que parecen estar en perfecto estado, lavándolas bien en casa o por mediación de una tintorería y tras el lavado, resultan descoloridas o deshilachadas. Lo primero que se nos ocurre es censurar el proceso de lavado, el profesional o al fabricante del tejido.
La verdad es que las cortinas se han deteriorado probablemente en casa y que la agitación moderada de la limpieza ha dañado las cortinas y lo que es peor, nadie hubiera podido predecir lo que ha ocurrido.
¿Por qué sucede esto?
Las cortinas tienen muchos enemigos. El sol, por ejemplo, puede ocasionar una decoloración general o bien atacar un solo color, producir rayas amarillentas (habitualmente en los pliegues del lado del cristal) que no llegan a ser visibles sino después de la limpieza.
Y, lógicamente, el sol debilita considerablemente la fortaleza de la mayoría de las fibras.
El humo de las cocinas, de una chimenea, un horno, incluso los coches del exterior, contienen sustancias que se adhieren a las telas. Mezcladas a la humedad y al oxígeno del aire forman ácidos suaves que decoloran y atacan lentamente los tejidos.
Las marcas de agua que provienen de la condensación sobre el cristal, son a menudo casi invisibles mientras que las telas no son lavadas y es casi imposible hacerlas desaparecer